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T y yo tenemos maneras muy diferentes de planear eventos en nuestra casa. Mientras que a mi me parece fabuloso invitar a nuestros amigos a ser parte de mis experimentos culinarios, y que sus reacciones hagan parte de la diversión, para T darle a la gente algo que no está 100% garantizado como éxito rotundo es una fuente interminable de angustia y vergüenza. Cada vez que invito a alguien a comer y preparo una receta nueva, T enumera las múltiples veces que las comidas no han salido bien - desafortunadamente hay mucha evidencia en mi contra- Muy rara vez deja de mencionar la lasaña que preparé sin pasta de tomate, y que alguien muy amablemente se comió una noche; o el estupor (casi coma) en el que cayeron mis amigos la noche que les di una carga inmanejable de carbohidratos y harinas, acompañados de chocolate caliente; o aquella oportunidad cuando la ausencia de habilidades culinarias pusieron a prueba su amor por mi, en la que le di un fruto del mar no identificado, que no descongelé bien y que no cociné lo suficiente en el horno. El resultado fueron unos medallones blancos, gruesos, cauchudos y, que al morderlos, nos "destemplaron" los dientes por tener el centro totalmente congelado. A pesar de todas estos ejemplos que demuestran que cocinar no es uno de mi talentos naturales, sigo pensando que incluir a la gente en mis aventuras culinarias es el camino a seguir... si espero a perfeccionar mis habilidades, no voy a volver a tener invitados.
Bajo mi filosofía y con la angustia de T, invitamos a comer a H, E y C la noche en que se conmemoraban los 20 años de la caída del muro del Berlín. Esa noche preparé sobrebarriga marinada y asada a la plancha (Flank steak). La receta original la encontré en la pagina de internet de Ree Drumon, "The Pionner Woman". Ese día seguí las instrucciones al pie de la letra. Los ingredientes que usé para hacer la salsa marinara fueron:
1/2 taza de salsa de soya,
1/2 taza de jerez para cocinar,
3 cucharadas de miel,
2 cucharadas de aceite de ajonjolí,
2 cucharadas de jengibre picado,
3 a 5 dientes de ajo picados y,
1/2 cucharaditas de pimentón rojo triturado.
Los mezclé todos en un recipiente en el que me cupiera el pedazo de carne y lo mariné por 3 horas. Ese pedazo de carne no era parejo, tenia zonas gruesa y otras muy delgadas – aunque parezca poco importante, este es un detalle trascendental para el desenlace que tuvo ésta receta en mis manos. Con todo listo, calenté a fuego alto la plancha de dos fogones que me conseguí prestada y cociné cada lado por cinco minutos. Cuando la carne estuvo preparada, la dejé reposar por 10 minutos, y la corté paralela a las fibras. Todo lo hice tal cual como decía la receta. Además también cociné papas al horno y preparé ensalada. En ese momento T entró a la cocina, examinó el pedazo de carne y me dijo: “Es un pedazo muy pequeño, vamos a quedar con hambre”. Lo miré con cara de “a ésta altura no hay nada que hacer”, le pedí a mis invitados que pasaran a la mesa, serví y empezamos a comer.
La conversación estaba tan interesante que nadie, excepto T, se quejó de lo cruda que estaba la carne... estaba morada! Para mantener el flujo de la velada y tratando de ser buenos anfitriones, le dimos los pedazos más cocinados a los invitados, mientras que nosotros terminamos comiendo, sin proponérnoslo, un carpaccio improvisado. Nadie lo mencionó, todos se comportaron como si yo fuera la mejor cocinera del planeta. Eso sí, estoy convencida que todos, en el fondo de su corazón, estaban inmensamente agradecidos de que el pedazo de carne fuera pequeño.
Todos se fueron después de mucho conversar, y T y yo nos quedamos raspando una esponjilla contra la plancha, tratando de sacar las costras de salsa marinada quemada y muertos de hambre!
Qué salió mal? Creo que la plancha que pedí prestada no era la apropiada.
jueves, 21 de enero de 2010
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